viernes, febrero 23, 2007

Nanomedicina. 8/25. ¿Más medicina es el arma adecuada?

En un artículo memorable —pero no único en su tipo—, JB y SM McKinlay cuestionaron en 1977 la contribución de las intervenciones médicas en el descenso de las tasas de mortalidad en Estados Unidos desde 1900.34 Ellos concluyeron que, a los sumo, 3.5 por ciento del descenso (entre 1900 y 1973) podía atribuirse a las intervenciones médicas y presentaron datos que mostraron que en el caso de muchas enfermedades infecciosas (digamos tuberculosis, tifoidea, sarampión y escarlatina), las intervenciones médicas se aplicaron muchas décadas después de que se estabilizara un marcado descenso en su mortalidad relacionada.
Hay otros estudios anteriores al de los McKinley (y otros artículos les siguieron) que demuestran que las intervenciones médicas tuvieron un impacto mínimo en el descenso de la mortalidad (si ponemos el foco en Europa). Aunque en 1977 la aseveración de que las intervenciones médicas tenían muy poco impacto en el descenso de las tasas de mortalidad se consideró “herejía moderna”, los datos previos y posteriores a los de los McKinleys prueban el punto de modo tan convincente que para 2003 la tesis del impacto mínimo ya se consideraba “sabiduría convencional”.35 Esto no significa que fuera aceptada con entusiasmo o que se divulgara fuera de pequeños círculos, pero sí que tenía anclajes estadísticos firmes. En general, los estudios sugieren que los descensos en la mortalidad deberían atribuirse, más certeramente, a las mejoras en la nutrición y a una mejor higiene que redujo la exposición a los agentes causantes.

Hace casi treinta años, los McKinlays entendieron las profundas implicaciones de aceptar o rechazar la tesis de que era mínima la contribución médica a los descensos en las tasas de mortalidad: Si uno suscribe el punto de vista de que lenta pero seguramente estamos eliminando una enfermedad tras otra debido a las intervenciones de la medicina, entonces hay muy poco compromiso con el cambio social e incluso resistencia a que se reordenen algunas de las prioridades de los gastos médicos... Si puede mostrarse de manera convincente, y con base en un terreno común aceptado, que la mayor parte de los descensos en mortalidad no guarda relación con las actividades de la atención médica, entonces podrá impulsarse algún compromiso con los cambios sociales y con reordenar prioridades.36

No es sorpresa que el impacto de la medicina sea un asunto contencioso. Dentro de los círculos académicos conectados con la industria comienzan a salir a la superficie quienes desafían la tesis del mínimo impacto. A finales de 2003, el doctor Frank Lichtenberg, un economista de Columbia Business School, en Nueva York, impartió una conferencia en el centro de progreso médico del Manhattan Institute. El instituto “convierte el intelecto en influencia” y la misión del centro es “articular la importancia del progreso médico, la conexión entre las instituciones de libre comercio y la posibilidad de que el progreso médico esté disponible en todo el mundo”.37
Lichtenberg informó de un estudio donde comparó los lanzamientos de nuevos medicamentos y los datos de niveles de enfermedad en 52 países entre 1982 y 2001 y halló que “los nuevos fármacos aumentan la longevidad de la persona promedio [que sufrían de las afecciones para las que fue diseñado el nuevo medicamento] en el orden de tres semanas por año”.38 Sus hallazgos le hicieron concluir que el aumento en longevidad que él atribuyó a los nuevos medicamentos bien valía la inversión que hiciera la sociedad. En fechas más recientes (marzo de 2006), Lichtenberg reunió datos sobre el efecto de introducir nuevos procedimientos de laboratorio y otras innovaciones médicas en Estados Unidos, entre 1990 y 2003. Concluyó que “las condiciones que implican mayores innovaciones de laboratorio y en los medicamentos para los pacientes externos produjeron grandes aumentos en la edad al morir”, lo que apoyaba su hipótesis de que “a mayor innovación médica relacionada con una condición médica, mayor el mejoramiento de la salud promedio de las personas que sufren dicha condición”.39 (Esto asume, por supuesto, que la persona promedio tiene acceso a la innovación.)

¿Tendremos que concluir de los estudios previos y del trabajo reciente de Lichtenberg que las intervenciones médicas comenzaron a tener un impacto sobre el mejoramiento de la salud, únicamente en las dos últimas décadas del siglo veinte? Si es así, ¿cómo explicamos el cambio repentino? Siendo mucho más que un ejercicio académico, determinar con precisión lo que obtenemos al invertir en nuevas intervenciones médicas debería tener un impacto importante en las políticas públicas pues nos ayudaría a establecer las prioridades en el gasto, incluidas las prioridades de la investigación y el desarrollo tecnológico. Los institutos nacionales de salud estadunidenses, por ejemplo, deben decidir cómo dividir de la mejor manera más de 28 mil millones de dólares anuales de impuestos. Pero cómo asegurarnos que los planificadores tengan acceso a datos y a análisis lo más desinteresados posibles. Por ejemplo, Lichtenberg tiene entre sus fuentes de financiamiento a gigantes farmacéuticos como Pfizer y Merck y ha sido consultor del National Pharmaceutical Council.40 ¿Puede estar sirviendo, ingenuamente, a los intereses de la industria médica? Los planificadores, y lasociedad en general, debe hallar maneras de lograr un entendimiento pleno de los impactos históricos de las tecnologías médicas —y de los impactos potenciales de las tecnologías que están en desarrollo.